Cuarenta alumnas del colegio Juan Pablo II de Alcorcón asisten dos veces a la semana al taller de ganchillo, una iniciativa que, promovida por Rosa Barrio y Pilar Monar en calidad de voluntarias, no ha dejado de crecer desde su puesta en marcha a principios del curso pasado. Nos desvelan las claves.

A principios del pasado curso académico dábamos cuenta de su nacimiento. Hoy, cuando apenas ha transcurrido año y medio desde entonces, podemos asegurar que la presencia en el colegio del taller de ganchillo ha sido todo un acierto. Lo constatan los más de cuarenta alumnas que, dos días a la semana, asisten a ganchillo. Un taller éste que, según nuestras noticias, seguirá creciendo el próximo año.

Para conocer de primera mano las claves que determinan que una actividad que parecía llamada a desaparecer con la generación de nuestros padres haya conseguido semejante aceptación, nos adentramos en el aula de la segunda planta del cole donde se halla ubicado el taller.

La primera fotografía que uno retiene nada más abrir la puerta es la entretenida laboriosidad en la que se halla envuelto el nutrido grupo de niñas que nos miran entre divertidas y curiosas. Allí nos reciben sonrientes Rosa Barrio y Pilar Monar. Ambas son las artífices del taller, las principales responsables de que en este momento estemos escribiendo sobre ganchillo.

Lo primero que cabe reseñar es que Rosa y Pilar realizan esta actividad voluntariamente, o, como se suele decir, gratis et amore. De ahí que el precio que tiene que asumir cada alumna se reduce a los 8 euros que cuesta el material del que van a hacer uso durante el curso.

“La mayoría de ellas –señala Rosa- ha llegado a través del boca a boca. Y es que una vez que entran ya no desean dejarlo. Al principio, como es lógico, les cuesta. Sin embargo, cuando cogen el tranquillo, termina encantándoles. De hecho, al final de cada clase hay que echarlas, ya que los 50 minutos que dura el taller se les hace cortos”.

¿Se trata de una exageración? Parece que no; una alumna que demuestra estar tan atenta al ganchillo como a nuestra conversación lo deja claro: “cada semana estoy esperando que llegue la clase”. Sus compañeras asienten.

Y, dado que somos legos en la materia, nos inclinamos por una pregunta básica: ¿qué tiene esto que les atraiga tanto?

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La respuesta de Pilar no se hace esperar. “Les enseñamos de todo: punto bajo, punto alto, cadeneta, anillo mágico, punto deslizado… pero lo que más les gusta es sin duda, el amigurumi, una tendencia japonesa que consiste en tejer pequeños muñecos mediante técnicas de croché o ganchillo. El amigurumi  -nos explica Pilar- puede tomar forma de animales como gatos, ositos, tortugas, ratones…

Sin embargo, y aun cuando, al parecer, el Snoopy está causando furor entre las alumnas del taller, observamos que trabajan también otros elementos como plantas, flores, helados, crepes, huevos fritos…

“Aunque lo mejor de todo –enfatizan Rosa y Pilar- es que el ganchillo, amén de asegurar entretenimiento, incrementa la concentración, fomenta la paciencia y estimula la creatividad. Por no olvidar la satisfacción que les provoca el saber elaborar cosas con sus propias manos. En un mundo donde predominan las aficiones efímeras, es necesario fomentar actividades tradicionales que perduren y sociabilicen”.

No les falta razón. Con esta reflexión termina nuestra visita a un taller de ganchillo que, a buen seguro, dará ocasión para seguir hablando de él.

Aquí podéis ver imágenes  de  trabajos realizados en el taller, así como con algunas de las artistas.

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